Lee mis labios: La cirugía plástica que una mujer lamenta

labios operados
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Estudié en la preparatoria Beverly Hills, donde las rinoplastias eran tan comunes como conseguir tu licencia para conducir. La mayoría de las chicas de mi salón regresaron de las vacaciones de primavera del segundo año con cinta quirúrgica en sus nuevas y respingadas narices, un leve color morado bajo los ojos y sus tabletas de árnica.

 

La cirugía cosmética era algo normal en mi adolescencia, le rogué a mis padres persas por un implante de senos para mi cumpleaños 18. Soy afortunada de que se negaran, ya que como una flor tardía me habría visto ridícula a los 23. Sin embargo, años después me encontré luchando con mi imagen cuando finalmente brinqué al vagón de la vanidad.

 

En el pasado, había jugado con la idea de alterar mi imagen de alguna manera, pero jamás sucumbí a la tentación porque sentía un gran prejuicio acerca de las personas que se hacían algún procedimiento cosmético. Pero ya no soy mejor que nadie más. Resulta, que yo era una de esas personas. Me sentía insegura, comparando mi belleza con otras (¿Quién es más alta, delgada, linda, deseable?), siempre queriendo cambiar mi apariencia.

 

Odiaba que cuando sonreía mucho, se me vieran las encías. Con práctica aprendía a posar mejor. La clave es nunca sonreír demasiado –una técnica que funcionaba para fotos pero no tanto en la vida real. Un ex novio me dijo que lucía como Mr. Ed cuando me reía –hablando de asesinos de la autoestima.


Así, que un día, cuando me sentía especialmente mal acerca de mí misma –tenía problemas con mi novio, era miserable en mi trabajo, había ganado peso- una amiga cercana me pidió que la acompañara a su cita con uno de los mejores cirujanos cosméticos de Berverly Hills. Iba a celebrar su cumpleaños 35 inyectando un poco de Botox en su cara. Fui como apoyo moral –era su cumpleaños, después de todo- y nunca imaginé salir de ahí con mis labios inyectados de Restylane.

 


45 minutos después, había pagado 600 dólares para que me durmiera, picara, apretaran y congelaran, para que al final me elogiara uno de los mejores de Yale. Era así de simple y darme cuenta del error que había cometido me costó unos cuantos minutos. ¡Yo ya tenía labios grandes! Mientras me dirigía a casa, me seguía diciendo a mí misma, “la hinchazón baja a bajar”. Nunca pasó.


Todos mis amigos y familiares se dieron cuenta de mi nueva boda. No pude usar gloss por casi tres meses, porque cuando lo hacía, las personas miraban mis labios de manera sospechosa –cuando no lo hacía, también sentía sus miradas. La inyección había torcido un poco mi sonrisa –regresé con el doctor para que la arreglara, pero sólo quedó peor.


Mis labios carnosos no me hicieron sentir más segura, sexy o deseada. De hecho, causaron todo lo contrario. Mi novio estaba consternado con mi alteración, aunque fue lo suficientemente educado para decir no decir nada. Cuando todo había terminado, él confesó, diciendo que no le gustaba la manera en que lucía y que realmente besarme era extraño porque sentía mis labios muy duros.


Cuando realmente pensé en toda la experiencia y lo que me llevó a hacerlo, me di cuenta que era muy fácil desviar mis inseguridades al inyectar mis labios, en vez de hacerle frente a lo que no estaba funcionando en mi mente.


Hacer ese cambio modificó por completo la percepción que tenía de la imagen, de los elogios, de la cirugía cosmético –y en general, de mí. Aunque mi vida no parece perfecta y mis inseguridades no se han disipado por completo, nunca me volvería a hacer nada. Toda esta terrible experiencia me ayudó a ver la gran imagen con más claridad y a integrar algunos cambios serios.


Afortunadamente, mis labios han regresado a su estado normal y estoy feliz de no haberme hecho algo más permanente. Desde la inyección, cambié de trabajo, comencé a escribir de nuevo, perdí 8 kilos al cambiar mi forma de comer y mis hábitos de ejercicio, y estoy soltera de nuevo.


Pero lo más importante, después de sentirme atrapada con los labios de alguien más por un par de meses, ahora me siento mucho más segura –con mis manías, defectos, encías y todo.


(via: Harpers Bazaar)

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