Me volví ‘Low Carb’ por dos semanas y a mi cuerpo no le gustó

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Hace unas cuantas semanas fui a la ginecóloga y durante la revisión me preguntó si consumo muchos carbohidratos y lácteos… y pues sí, básicamente todo lo que como viene untado en un carbohidrato y acompañado de lácteo. Aparentemente tengo el abdomen muy inflamado y la doctora me sugirió que consumiera menos de estos deliciosos alimentos.

 

Así comenzó mi travesía de dos semanas, mi viaje al mundo del low carb. La forma más sencilla de deshacerme de los carbohidratos extra fue cortando casi todo lo que tuviera azúcar añadida y el pan.

 

¿Y cómo me fue? Lo odié.

 

Odié cada chocolate que no me comí y cada panecito de la comida argentina que tuve que dejar en la canasta. No es una dieta difícil, de hecho mientras refunfuñaba en el sillón de la sala me atascaba de chicharrones con salsa. No me fue tan mal, comí pollo y carne todos los días, me hice muchas ensaladas y desayuné ricos huevos con verduritas y un poco de fruta para no cortar por completo el azúcar.

 

La cena es un poco más complicada, porque es la hora a la que más peco. Generalmente llevo comida a la oficina pero es tan fácil pedir tacos en la noche… 

 

Los verdaderos efectos los comencé a notar a los pocos días de iniciar. Yo sé que si hubiera acudido al nutriólogo seguramente me hubieran ayudado a balancear mejor los alimentos y tal vez no hubiera sido tan difícil pero así, armando comidas al ojo de buen ver, de pronto noté que batallaba para hacer mi trabajo.

 

No podía concentrarme, incluso comiendo dos snacks entre cada comida no lograba aterrizar pensamientos. Se me agotó la creatividad (y con ella las ganas de comer entre comidas cuando, encima de todo, tampoco podía comer lácteos). Me sentía siempre cansada, el día que tuve que trabajar hasta la una de la mañana se me pegaban las pestañas.

 

Además no podía deshacerme de mi mal humor, y aunque sabía que mi comportamiento de Grinch era consecuencia de la dieta no podía evitarlo. No se cómo sobrevivimos mi roomie y yo a esas difíciles semanas (ella también estaba a dieta, probando otro sistema, pueden leer sus resultados aquí).

 

Pero el colmo llegó el último día de la dieta, cuando encima de todo me bajó. Me levanté con un dolor de cabeza incurable. Aspirina tras aspirina sirvieron para poca cosa. En la noche me fui a dormir con el dolor de cabeza y me levanté exactamente igual. Afortunadamente ya había terminado mi dieta así que me comí una pizza y todo volvió a la normalidad.

 

Sí bajé de peso. Claro que bajé de peso. De hecho bajé los dos kilitos que había subido en Navidad y todavía traía arrastrando. También se me deshinchó el abdomen, y ahora los jeans me quedan perfectos, pero privarme de pizza realmente no lo vale.

 

Creo que tuvo más que ver que estaba cenando ensalada en lugar de tacos. Aún si no hubiera cortado el azúcar añadida de mi dieta seguramente hubiera bajado un poco. Moderarme por encima de privarme, esa es la enseñanza que me llevo de estas dos semanas de terror.

 

¿Qué sí podría hacer? Dejar el pan entre semana y eliminar el refresco. En estas dos semanas no dejé de ir a restaurantes, ni dejé de pedir comida a domicilio, sólo acompañé todas las comidas con té y dejé de pedir empanizado. Para mi vida diaria ahora me podría quedar con el té…. pero el empanizado tiene que volver a mi dieta.

 

Si quieren intentar “bajarle a los carbs” seguramente verán resultados, pero si piensan volverlo un estilo de vida les recomiendo consultar con una nutrióloga para que las enseñe a tomar buenas decisiones, porque hacerlo “al aventón” apesta.

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