Una carta para aquellos con el corazón roto

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Esto es para ti. Tú debes saber quién eres. Leerás a lo largo de estos párrafos asintiendo y pensando, “Ella estaba pensando en mí. Ella estaba escribiendo sobre mí”. Y tendrás razón. Pero también es para el resto de ustedes, los lectores y románticos y aquellos con el corazón roto que se toparon con este post. Hoy.

 

Hay cosas que quiero decirte. Cosas que pueden parecer vacías, lugares comunes sin importancia, que sé, has escuchado hasta el cansancio. Cosas como “Si está destinado a ser…” con una mirada, detrás de tu hombro derecho, solemne y esperanzadora, como si el futuro estuviera a la vuelta de aquello que, por el momento, parecer ser lo único que te mantiene de pie.

 

Ya sabes, el equivalente verbal de unos golpecitos en la espalda, “Algún día funcionará” y “El dolor es temporal”. Estas cosas, por supuesto, son verdad. Pero no te quitan el dolor, como tampoco un pellizco te distrae de una cachetada: ambas dejan una marca.


Si soy sincera (y tengo que serlo, porque esto es para ti y porque te mereces honestidad), hay otras cosas que necesito decir, pero estas podrían doler. No son del tipo que te distraen de la pena, al contrario, la invitan –para permitir un descanso del dolor que hay detrás de tu mirada plana. “Adormecida” no es una emoción, es un escape.

 


Es tiempo para los ojos vidriosos y rojos; para sentir. Después de todo, cuando la sangre se junta bajo la piel, ¿no sana hasta que la dejas libre? Tu corazón cicatrizará. Vas a arrancar las manchas secas que se quedaron pegadas en la superficie, para que sangre una vez y otra después; pero un día, todo lo que quedará será una cicatriz borrosa.


Sé que por semanas has llevado en la boca un sabor fuerte a metal. Es un sabor que viene del peso en tu estómago que siente como una pesada bolsa de acero. Es la manera en que tu corazón se siente cuando lo cortan a la mitad, abriendo camino hacia tu esternón, a través de tu caja torácica, profundamente en tus pulmones donde atrapa tu aliento para regresar todo el camino hacia arriba.


Ahora toma eso, multiplícalo.


Siéntelo hasta los dedos de los pies, en lo más alto de tus pestañas, en las puntas de las yemas de los dedos –signos de puntuación negros que marcan el final de tus dedos temblorosos, como si dijeran “Esto es el fin. Aquí termina todo”. Siéntelo hasta que no lo aguantes un segundo más.


Y después, finalmente, comienza a sanar.


Después de eso hay otro paso. Cuando llegué el momento adecuado, y la persona adecuada para ello, no le temas al dolor del pasado. Protégete, sin duda, porque algunas personas tomarán lo que les des libremente, sin preocuparse por tu dolor.


Pero si llega alguien que te haga cuestionarte aquello que te dijiste mientras estabas desintoxicándote tu cuerpo del otro (u otra, si hablo colectivamente), no temas errar por ser precavida. Tu dolor –tu pasado- no merece detenerte de la felicidad potencial.


Sobre todo, recuerda que no estás sola. Que alguien está, estuvo y siempre estará ahí para ti, justo ahora (como yo estoy para ti), y después en todos los momentos de medio, para decirte que las cosas se pondrán bien –no sólo bien como era antes, sino mejor.

 

Vas a superar esto.


(via: Thought Catalog)

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