¿Tener o no tener hijos?

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Contra los hijos de Lina Meruane (Chile, 1970) se encuentra entre las novedades de Tumbona Ediciones y pertenece a su vez a su colección Versus, una serie compuesta por diversos ensayos que están en contra de conceptos intocables y sagrados. En esta ocasión le tocó el turno a la sacrosanta figura de los hijos. En un principio creí que iba a encontrarme con una diatriba heródica más concentrada en el acto mismo de la procreación, sin embargo, pronto supe que estaba más cerca de un análisis sobre la construcción de la maternidad (o en este caso quizá sea más pertinente hablar de maternidades) mediante saltos en el tiempo y eventos determinantes en la historia del feminismo, así como de obras literarias.

 

De hecho, desde las primeras páginas Meruane deja muy claro que no es de ninguna manera su intención “defender el cruel arranque de un tal Herodes, ni el vengador filicidio de la tal Medea”, tampoco está a favor del infanticidio, dice, aunque el recién nacido de al lado interrumpa su sueño (y vaya que pululan los niños llorones en todos los edificios de departamentos y casi siempre corremos con la suerte de que nos toque al menos uno en cada vuelo). Antes bien, Meruane se propone hacer una crítica a los progenitores de esos retoños, a esos “cómplices del patriarcado que no asumieron su otra mitad en la histórica gesta de la procreación”.

 

Meruane hace un recorrido desarticulado y precisamente por ello muy grato de las primeras chicas que pugnaron por los derechos de las mujeres en sus respectivos contextos históricos. Por otro lado, realiza observaciones muy precisas sobre el ensayo “Un cuarto propio” de Virginia Woolf (las implicaciones de la nula aparición de la maternidad), así como de la comparación de la secuela de Casa de Muñecas de Ibsen a cargo de Elfiede Jelinek con la novela proletaria Parque Industrial de Patrícia Galvão. Asimismo podemos leer testimonios y los lamentos más genuinos de escritoras-madre. Mujeres que además de hacerse cargo de un hogar, tienen que trabajar en el oficio remunerado con el que contribuyen a los gastos de la casa y de alguna manera buscar el tiempo para ejecutar sus proyectos creativos: con una mano en computadora y la otra dando mamila, cual acto circense. 

 

Una de las tensiones más interesantes que se planeta en Contra los hijos es el posible retroceso que supone algunas concepciones de la maternidad que la madre moderna adoptó con la aparición del ecofeminismo de corte esencialista, en el cual, bajo la consigna de la recuperación de los valores matriarcales (“¡Nos encanta menstruar, nos encanta parir!”, sería su lema), las madres contemporáneas han tenido que volver a lavar pañales de tela o “ecológicos”, a comprar sólo comida orgánica libre de toxinas, a la realización de actividades educativas y estimulantes para los críos (pero no necesariamente para ellas) y, por supuesto, al retorno a la lactancia natural a la que, dicho sea de paso, cada día se le endilgan más atributos milagrosos y excusan al padre de ausentarse en la crianza durante los primeros meses.

 

Recuerdo haberme topado antes con esta tracción feminismo-por-la-igualdad versus ecofeminismo, en el relato de ciencia ficción de “Incluso la reina” de Connie Willies (Estados Unidos, 1945). En él se concibe un mundo en el que las feministas-por-la-igualdad han logrado, mediante la ingesta de un medicamento, la emancipación de la menstruación con todos los padecimientos que ella conlleva. Sin embargo, surgiría, como reacción pendular, las Ciclistas, un movimiento radical de chicas muy hippies que reivindican el ciclo menstrual y lo asumen con cabal orgullo y entrega. Pero bueno, ese es otro cantar.

 

Recomiendo este ensayo a todas las veinteañeras y treintañeras que comienzan a padecer la presión aparentemente inocente de los que a cada rato preguntan que “¿para cuándo?”, a las mamás damnificadas, a los futuros padres, a las futuras madres que quisieran establecer un nuevo modelo de crianza y maternidad, a las que ya tomaron la decisión de no hacerlo, y sobre todo a aquellos que crean que el sacrificio de ser madre no es la única y más grande contribución cívica.
 

Por: Lilián Bañuelos/Branding Boutique

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