Ser madre en tiempos de guerra es el mayor heroísmo

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Una protagonista joven, bella y valiente, que sacrifica su vida por una Francia libre. Una madre entre la espada y la pared, obligada a los más terroríficos sacrificios para salvar a su familia. Amores imposibles. Relaciones paterno-filiales desgarradas por la tragedia, amistades rotas, hermanas incompatibles. Que la historia de El Ruiseñor, el superventas que ha triunfado en EEUU con más de millón y medio de ejemplares vendidos, esté situada en la Francia ocupada por los nazis no es un mero capricho. Su autora, la californiana Kristin Hannah, ha conseguido aunar en casi 600 páginas la emoción intensa de una novela romántica con la narración de hechos reales y situaciones históricas. El resultado: un novelón de esos que no se pueden soltar hasta terminar, y que no se pueden terminar sin una caja de pañuelos cerca.

 

Hannah, tiene más de 21 títulos a sus espaldas y ha vendido más de 10 millones de libros en total, es una escritora incansable, con un público fiel, que trabaja diez horas al día seis días a la semana, y escribe todos sus manuscritos a mano. Con El Ruiseñor, que ha superado la marca del millón y medio de ejemplares y ha sido publicado ya en 30 países, se encuentra de pronto en ese círculo todavía más pequeño de escritores best sellers.

 

«Es un nivel completamente distinto. Una locura. Fabuloso, por supuesto, pero al mismo tiempo extraño para mí y algo intimidante», reconoce. Los derechos para adaptar la novela al cine han sido adquiridos por TriStar, y uno de los motivos por los que está en Los Ángeles es para charlar con la guionista. Se la nota ilusionada. «Hacen falta más películas como esta y más historias de mujeres en el cine. Creo que 2017 va a ser un buen año».

 

Desde sus primeros libros, en los 90, hasta hoy, el mundo de la edición ha cambiado tan radicalmente que es casi irreconocible. Hannah, cuyo última novela ha recibido 20.000 recomendaciones de lectores en Amazon (más del 85% de 5 estrellas, la mejor puntuación), es muy consciente de ello:

 

«Es fantástico poder tener una relación tan directa con los lectores, y es una maravilla cómo esto democratiza algo que hace una década dependía exclusivamente de una sola persona. Era un único editor quien decidía si tu libro merecía la pena o no, los editores decidían y no siempre acertaban; si tu libro no les gustaba, ya no había nada que hacer. Mientras que ahora vemos casos como el de Andy Weir que autopublicó su libro Marte y ha visto cómo ha encontrado una enorme audiencia y ha triunfado, consiguiendo un porcentaje muy elevado de los beneficios. Y en cuanto a la crítica y la recepción, los críticos y los medios tradicionales todavía están algo escorados en favor de la ficción escrita por hombres. Consideran que lo escrito por mujeres es para mujeres y no le dan la misma atención. Así que tener 20.000 recomendaciones en Amazon es algo incontestable».

 

P. ¿De dónde surgió la inspiración para El Ruiseñor?

 

R. Me encontré con esta historia por primera vez hace cinco años, cuando estaba trabajando en mi novela Winter Garden, que transcurre en la Rusia de la II Guerra Mundial, y trata de las mujeres que sobrevivieron al sitio de Leningrado. Investigando para ese libro, descubrí la historia de una joven belga que había creado una ruta de escape para los pilotos británicos abatidos en Francia, a quienes ayudaba a escapar a España a través de los Pirineos.

 

Cuando la leí me quedé tan asombrada de su valor —de lo que sacrificó— y tan sorprendida… y algo molesta, francamente, por no conocer la historia a pesar de lo mucho que he leído sobre la II Guerra Mundial. La historia perdida de las mujeres es una de mis obsesiones. Me fascinó la vida de esta mujer y profundizando conocí otros casos, de mujeres que habían ayudado a esconder a niños y familias judías a salir de Francia. Sentía que estas historias debían ser contadas, que tenía una obligación moral de contarlas. Lo que hicieron fue increíblemente arriesgado y algunas lo pagaron carísimo.

 

P. Resulta sorprendente que a estas alturas haya algo que no se haya contado al gran público sobre la II Guerra Mundial.

 

R. Hay muchas historias por contar aún, especialmente de mujeres. Porque veo que estas tienden a soportar la guerra y hacer lo necesario para sobrevivir y mantenerse vivas y a sus familias y después continúan con sus vidas. No hay desfiles, películas o libros. Simplemente siguen con sus vidas. Y por este motivo en la historia parece que es más relevante lo que hicieron los hombres, las batallas, el combate. Es importante reconocer que lo que han hecho las mujeres es igualmente relevante.

 

P. ¿Es la primera novela histórica de su carrera? 

 

R. No; de hecho comencé escribiendo novelas románticas históricas. Pero esta es la primera novela en la que me centro más en la historia. Soy una ávida lectora de historia, de mujeres sobre todo, y me fascinan las historias que no se han contado. Creo que la gente necesita conocerlas. Y es interesante porque he comprobado que es algo que a los lectores interesa muchísimo.

 

P. ¿Ha percibido un cambio en el tipo de lector con El Ruiseñor?

 

R: Demasiado a menudo se quiere categorizar esta literatura como hecha por mujeres, sobre mujeres y para mujeres, lo cual a veces es una manera de situarla en un plano menor, como si no fuera ficción general o no para hombres también. Y no es el caso. Es fascinante.

 

Normalmente, antes de este libro, mis lectores eran sobre todo mujeres entre 16 y 80 años. Este también, probablemente sobre todo ha tenido lectoras de entre 40 y 60, pero lo que he visto que está pasando es que una mujer lo lee, se enamora de la historia, y se lo recomienda a su marido. Y éste se lo recomienda a otros amigos. Y ahora hay muchos hombres que vienen a mis firmas de libros, lo cual es algo nuevo. Creo que es el tema de la II Guerra Mundial. Todo el mundo está interesado.

 

P. ¿Por qué cree que hay esta fascinación con la II Guerra Mundial?

 

R. Yo creo que, en primer lugar, lo que hemos visto en estos últimos años demuestra la relevancia de este tema. Por ejemplo en Europa y Francia. Esto ha sido una sorpresa, que hayamos vuelto a tener determinadas conversaciones y las cosas que se están empezando a decir en EEUU, también, relativas al terrorismo.

 

Te recuerda el precio del odio, y del miedo, y de esos momentos en que un grupo de personas decide que otro grupo de personas no tiene los mismos derechos para estar en el mismo sitio. Es un recordatorio permanente de que las palabras y el odio y la ignorancia tienen un precio y todos tenemos que tener cuidado con lo que decimos y creemos. Y por encima de esto, hay otra cuestión: la II Guerra Mundial ha sido, quizá a nivel personal, la última vez en que la política era clara: aquí está el bien y aquí el mal.

 

P. Un momento de blancos y negros y no de grises.

 

R. Exacto, y es también fascinante el heroísmo que tuvo lugar en aquellos años en toda Europa. Nos emociona y asombra conocer los riesgos que estas personas fueron capaces de asumir. Cuando empecé, lo que más me obsesionaba era esta cuestión de, como madre, hasta que punto soy capaz de arriesgarme por la vida de un desconocido. Sería maravilloso creer que sí, que sería capaz de hacer lo que la protagonista de El Ruiseñor; pero te das cuenta de que en el momento en que tienes hijos no es solo tu vida la que pones en peligro. Es una situación completamente distinta.

 

P. En ese sentido, en El Ruiseñor hay dos protagonistas igualmente heroicas pero de manera muy diferente. Una es madre y la otra no. Esto es determinante.

 

R. Absolutamente. Al principio Isabelle es atrevida y es fácil para ella tomar estas decisiones. Es muy joven y casi no entiende del todo lo que está haciendo, solo al final de la novela descubre el precio que ha de pagar. Mientras que Vianne tiene miedo desde el principio. No es una mujer independiente, tiene una hija y los riesgos de hacer algo son mucho mayores.

 

Es una de esas personas, y creo que la mayoría  son como ella, más que como Isabelle, que piensan: «Si no llamo la atención podré superar esto». Y ella tiene que tomar una decisión: si arriesga su vida y la de su hija. Y yo, como autora, tengo que decidir qué es lo que le hace llegar a ese punto. Para mí, es el momento en que te das cuenta de que sobrevivir no es suficiente, no merece la pena. Que el mundo en el que te quedarías es demasiado horrible y que prefieres morir antes que criar a tus hijos en mundo gobernado por Hitler. Fue la decisión más compleja. Y eso hace a Vianne incluso más heroica que Isabelle. A pesar de que durante la mayor parte de la historia no es tan valiente como Isabelle.

 

P. Parece que los hombres no tienen ese mismo sentimiento de cautela, o responsabilidad frente a los hijos, en una situación así.

 

R. Bueno históricamente no lo han necesitado. Siempre ha habido alguien que lo ha hecho por ellos. Uno de mis libros, Home Front, trata de una piloto de helicópteros de combate que ha de ir al frente y tiene que dejar a los hijos con su marido. Que la mujer tome esa decisión es poco frecuente: he entrenado para esto, es mi trabajo, mi honor me dice que es lo que debo hacer.

 

Las propias mujeres sentimos que es más difícil para una mujer tomar esa decisión que para un hombre. No sé si eso es sexista o está mal, pero las mujeres tenemos tendencia a pensar eso. Aunque es cierto que todo está cambiando mucho. Mi hijo es otro tipo de padre. En la generación de mis padres los hombres apenas estaban en casa; en la mía estaban a veces, y ahora, en la generación por ejemplo de mi hijo, los padres están muy involucrados.

 

No es casualidad que la maternidad sea uno de los temas recurrentes de Hannah, que comenzó a escribir al quedarse embarazada y verse obligada a guardar reposo, y que eligió este oficio para poder tener un horario flexible y dedicarse a su hijo. Por eso, aunque El Ruiseñor es una novela de acción, de guerra y tragedia, hay en ella multitud de momentos cotidianos, de pequeños detalles llenos de sentimiento y realismo relativos a la convivencia entre madre e hija, a la relación entre hermanas, al amor entre amigas.

 

Hannah tardó dos años y medio en transformar la historia de la heroína belga y tantas otras heroínas anónimas en una novela de más de 500 páginas plagadas de personajes, tramas cruzadas, amores imposibles y situaciones extremas que se desarrollan entre París, la pequeña ciudad inventada de Carriveau y los Pirineos. «La mejor parte fue la de explorar sobre el terreno en lugares como San Sebastián», reconoce la autora, enamorada de la ciudad y su gastronomía.

 

P. ¿Cómo de difícil fue convertir la historia real de estas mujeres en una novela?

 

R. Comencé escribiendo la historia de Isabelle. Mi primer borrador terminaba con Isabelle enamorándose de uno de los pilotos que salva. Pero me quedaba la sensación de que era una historia demasiado pequeña. Era una estupenda historia de acción y riesgo, pero no tenía la profundidad de emoción y el realismo que yo busco. Porque, básicamente, ella era como un héroe de acción.

 

No una mujer corriente, con la que identificarse. Me di cuenta de que necesitaba una mujer que centrara más la historia, que fuera más identificable para el lector. Además de que quería explorar las historias de mujeres que escondían a niños judíos. Así que creé el personaje de Vianne, que era secundario, y la convertí en protagonista, hice que las dos fueran hermanas y  terminé escribiendo sobre la historia de ambas. Lo cual me dio la oportunidad de explorar la idea de una familia disfuncional y una relación fraternal difícil pero ordinaria en medio de una situación tan extraordinaria.

 

P. Hasta cierto punto Vianne e Isabelle podrían ser dos caras de la misma persona, sus caracteres se complementan perfectamente.

 

R. Sí, y es algo común entre hermanas. Si hay una diferencia grande de edad casi parece que perteneces a una familia diferente. No has ido a la misma escuela ni has crecido en la misma situación. A veces es necesario hacerse adulto para recuperar esa relación fraternal. Y yo quería que eso fuera parte de la historia de Isabelle y Vianne.

 

P. ¿En qué se basó para la creación del personaje de Isabelle? Confieso que en ocasiones me recordó al personaje de Escarlata en Lo que el viento se llevó.

 

R. (Ríe) Es verdad. Las grandes novelas históricas suelen estar protagonizadas por hombres. Y por eso mi libro se puede comparar con Lo que el viento se llevó o El pájaro espino, porque se centra en mujeres fuertes como Escarlata O'Hara. Su arco como personaje es algo distinto, pero ambas mantuvieron a sus familias juntas por encima de todas las dificultades.

 

Nos hacen falta más historias así, que nos recuerden que ser madre en sí mismo es heroico y serlo en tiempos de guerra es algo mucho más que heroico. Sin duda tanto como subir una montaña bajo fuego enemigo. Aunque cabría preguntarse si Escarlata aprende algo después de todo lo que ha vivido, es un personaje muy interesante y trágico.

 

P. Otro personaje muy interesante es el del comandante del ejército alemán Beck.

 

R. Habría sido muy fácil como escritora hacer que todos los alemanes fueran la personificación del mal. Lo he hecho, con Von Richter, pero quería también tratar a Beck como un hombre, atrapado en una situación como muchos otros lo estuvieron. ¿Cuándo como soldado dices no, te niegas a cumplir una orden? ¿Cuándo te rebelas y arriesgas tu vida? Esto ocurre todo el tiempo, situaciones en las que es peligroso destacarse o negarse o decir que algo no está bien. Como escritor siembre quieres crear personajes reales, creíbles, con sus defectos y sus virtudes. La verdad es que incluso a mí me sorprendió cómo acaba la historia Beck. Eso sí, tuve mucho cuidado al escribir sobre la relación entre Beck y Vianne porque es un territorio muy delicado. Pero la verdad es que la respuesta de los lectores ha sido positiva.

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