“Y si Adelita se fuera con otro… “

Las soldaduras de la revolución
Las soldaduras de la revolución
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En su libro “Las soldaderas”, Elena Poniatowska afirma que “sin ellas, la Revolución Mexicana no habría existido”. Hace mucho tiempo que a estas valientes mujeres-soldado se les debe un reconocimiento en la historia de México, porque siempre han sido personajes secundarios que, sin embargo, padecieron tanto o más que los combatientes a quienes acompañaron.


En su mayoría provenientes del campo, las soldaderas pagaron caro su compromiso con la causa revolucionaria, ya fuera con duras penas de prisión o incluso con su vida. ¿Cómo era el día a día de estas mujeres? ¿A qué se enfrentaban combatiendo al lado de sus hombres y sin desatender sus tareas domésticas?


“Valentina, Valentina… yo te quisiera decir…”


Según la investigadora Ivón Barrera Noguéz, de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, numerosas soldaderas se vieron ante la necesidad de masculinizarse completamente, en lo exterior y en lo interior: vestirse como hombres y conducirse como tales; ir a caballo como todos, resistir las caminatas y, a la hora de la acción, demostrar con el arma en la mano que era un soldado más.


En su libro “Mujeres y Revolución 1900-1917”, Ana Lua y Carmen Ramos señalan: “las quejas de la violencia contra las mujeres antes de la Revolución y durante ella son innumerables, y quizá aquellas que se vistieron de hombre lo hicieron como forma de defensa a la violencia masculina”.

 

Aunado a esto, las soldaderas tuvieron que soportar pésimas condiciones de vida, miseria, desnutrición, embarazos, partos a la intemperie y sin las más mínimas condiciones de higiene, así como la crianza de sus hijos e hijas bajo las peores circunstancias.


Metidas en “la bola” soportaron lo indecible


La vida cotidiana en los improvisados campamentos tampoco era fácil. Incorporadas a “la bola” como compañeras de los soldados, viajaban con las tropas, seguían paso a paso a sus esposos o sus parejas que habían sido tomados en leva por los distintos bandos, cuidaban a los hijos, confortaban sexualmente a los hombres; eran esposas, compañeras, cómplices, madres, cargaban las mochilas, buscaban agua para dar de beber a los soldados, acondicionaban las barracas para proteger a la tropa de la intemperie, curaban a los heridos y enfermos, lavaban la ropa y ofrecían consuelo.


Las soldaduras hacían de todo… hasta pelear en la línea


Con sus escasas provisiones, las soldaderas tenían que hacer la comida para un centenar de hombres al día; sus alimentos no estaban preparados, llevaban maíz que molían en un metate y amasaban hasta formar las tortillas que cocían en un comal; acarreaban también frijoles, café y carne en tiras. Cuando sus esposos morían en combate, las soldaderas podían buscarse otro hombre o usar el uniforme y el arma del difunto para lanzarse al combate.


Después de la revolución, las soldaderas continuaron ocupando su papel tradicional como amas de casa, aunque algunas, muy pocas, grabaron su nombre en la historia como María Pistolas, Petra Ruiz, Carmen Serdán o Hermila Galindo, quien organizó el primer congreso feminista de Yucatán, en 1916.

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