El regalo más valioso que me dieron mis padres

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Desde que tengo 7 años de edad, mi mamá ha dirigido un programa de salud integral con énfasis en VIH y SIDA dirigido a jóvenes, niños, niñas y maestros. Esto quiere decir que mi madre tiene alrededor de 10 años enseñando a los jóvenes maneras para cuidar su cuerpo, en especial en el ámbito sexual.

 

Por lo tanto, desde que era una niña mi mamá se encargó de que yo aprendiera a tomar decisiones asertivas, y que trabajara en pro de mi salud, de mi cuerpo y de mi vida, y que bajo ninguna circunstancia cediera ante la presión de grupo.

 

Mis padres me educaron para que fuera segura de mi misma, para que fuera valiente, respetuosa y para que siempre mirara hacia adelante. Cuando tenía como 8 años,  mi mamá me enseñó a colocar un condón, sus usos y sus ventajas. Me informó sobre todos los métodos anticonceptivos, sobre las ITS, sobre las ventajas de conocer mi cuerpo y los cambios que este podría experimentar.

 

Durante toda mi niñez y adolescencia, mis padres me dieron una educación sexual extensa, pero responsable, y lo más importante: hicieron ver el sexo como algo normal.

 

Conforme fui creciendo empecé a repartir esta información entre mis compañeros; cuando teníamos 10 años todos me miraban como un bicho raro por saber qué era un condón o tener tanta información del sexo en general. Las mujeres se escandalizaban mucho más que los hombres, pero en el fondo, a todos les picaba la curiosidad. 

 

Muchos padres tenían la terrible tendencia de criticar la forma en la que mi madre me había criado, y la tachaban de “liberal” o “demasiado relajada”; creían que por tener tanta información a los 10 u 8 años, cuando llegara a los 14, saldría embarazada o sería la loca del pueblo. Todos se empañaban en seguir criando a sus hijos como a ellos los criaron sus padres, y seguían jurando que eso iba a funcionar tan bien como funcionó para ellos.

 

Ahora tengo 16 años, y no estoy embarazada, no tengo herpes, no soy una depravada sexual, ni un bicho raro.  Tengo una vida social bastante activa, excelentes notas, una muy buena relación con mis padres (a los que respeto y sigo obedeciendo), un buen grupo de amigos y amigas y varios hobbies interesantes.  No tengo novio, no porque mis padres tomaron esa decisión por mí, sino porque aún no ha llegado alguien con quien quiera compartir mi vida de esa forma. 

 

Al final del día estoy convencida de que mis padres hicieron lo correcto. Aún cometo errores, me divierto como lo haría cualquier adolescente, y hago una que otra tontería, el hecho de que ellos me hayan educado de una manera liberal, en donde me hayan dado especio para expresarme y dar mis propias opiniones, sin tabúes de por medio, además de que me dieron herramientas para formar un buen criterio y ganas de conocimiento, todo cuando era apenas una niña entre los 7 y 12 años de edad, les ha dado como resultado una adolescente que hace —o deja de hacer— las cosas, no porque sus padres le digan, sino porque sabe qué camino tomar.

 

Tienen una adolescente que confía en ellos, que habla con ellos, pero que no ha perdido el respeto hacia la autoridad. Una hija que, con defectos como cualquier ser humano, ya no les causa tanto trabajo. Mis padres son mis guías, no mis carceleros.

 

Este es un mensaje para los futuros padres: Denle a sus hijos herramientas, habilidades y capacidades para que ellos armen sus propios criterios. Construyan valores, no paredes. No prohíban, eduquen. Intenten hacerlo desde que son niños, para que de adolescentes solo tengan que sentarse a guiarlos. 

 

Recuerden, son sus padres, no sus enemigos de guerra.

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