Una ama de casa freelance

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Todo comenzó cuando mi abuela nos vino a visitar a nuestro recién estrenado departamento y me dijo algo que me puso la piel chinita:

 

Estoy muy orgullosa de ti por ser tan buena ama de casa.


Ese comentario fue el resultado de haberle prestado un tupper muy específico para guardar no sé qué cosa. Una colección de tuppers = ama de casa perfecta. Sentí pánico, tengo que aceptar que siempre me han gustado mucho.

 

Desde ese día comencé a hacerme muchas preguntas: ¿cómo era capaz de ser una ama de casa si en realidad mi mamá nunca lo fue? ¡Pero si soy una profesionista! ¿Si también tengo un sartén para cada cosa soy mejor ama de casa? En medio del terror pensé tirar los tuppers, regalar los sartenes, negarme a lavar cualquier tipo de traste y, con mucha probabilidad, esconderme debajo de la cama y evitar enfrentarme a una nueva realidad.

 

Sin embargo, guardé el dramatismo en uno de mis tuppers y conforme fueron pasando los días y las semanas, me di cuenta de que la palabra “ama de casa” no se pelea con mis ideales feministas, sea cual sea mi tipo de feminismo.

 

Pienso que en la actualidad seguimos refiriéndonos a “ama de casa” como algo parecido a una esclava doméstica, creo que ya es hora de que desempolvemos el término, de que nos reconciliemos con el “amar nuestra casa”. Tengo que aceptar que amo cocinar y, que sin querer sonar como mis amadas Martha Stewart o Julia Child, me parece que la cocina es un lugar en donde la magia existe.

 

También me preocupo porque las cosas no se salgan de control, por tener flores en la mesa, por barrer cuando mi evidente caída de cabello se hace notoria en el piso, en fin, creo que todas esas cosas no dependen de que viva o no con mi novio, sino, más bien, de amar el lugar en el que paso mucho tiempo.

 

Otro de los temas en los que quiero insistir es que en esta casa “ser am@ de casa” es cosa de dos. Mi novio y yo lavamos trastes, nos preocupamos por tener ropa limpia, a veces uno cocina y otros días el otro; se trata de un constante trabajo en equipo y, tal vez por eso, me enorgullece un poco que mi abuela me llame una buena ama de casa.

 

Si a todo lo anterior le sumamos que mi trabajo es freelance, puedo aceptar que a veces hago la comida mientras termino de leer un libro o bien, mis tiempos dependen del número de páginas que debo leer: “llego hasta la página cincuenta y salimos a correr, ¿no?”, entre otras frases muy parecidas.

 

Tenemos que entender que la lucha de género no acaba porque una mujer disfrute de ir al supermercado o de tener una casa limpia; me parece que eso va mucho más allá, son gustos, no obligaciones y, sobre todo, son posibilidades: hoy tienes ganas, mañana no, y no pasa nada.

 

No estoy retrocediendo en la igualdad de género, camino a mi paso, como a mí me gusta disfrutar de ser mujer y eso, insisto, no depende de que viva o no viva con mi novio. Como dice Miranda July:

 

Ser feminista es estar a favor de tu habilidad para hacer lo que necesitas hacer. No quiere decir que no ames a tu novio. Cuando me refiero al feminismo, lo hago en el sentido más complejo, interesante y emocionante.


Amén.

 

Hay algo increíble en vivir con tu novio y son las múltiples facetas que descubres de ti a partir de él, de ese otro. Hay algo aún más interesante en crecer, que es descubrir lo que eres y aceptar aquello que disfrutas de hacer y de aquello que no. Y no por nadie, sólo por ti misma, porque fue tu decisión.

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