Gracias, cáncer.

Gracias, cáncer
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Solo un mes al año todos nos solidarizamos con el apoyo y la concientización de la prevención del Cáncer de mama.

 

Casada desde el 2001, divorciada a los 6 meses de nacer mi hijo y a los 3 meses de haber salido de terapia intensiva por problemas de salud que presentó por ser prematuro. Al igual que muchas mujeres en mi situación, tomé las riendas de la casa, mi hijo y trabajo como una manera de bloqueo o defensa pero en el fondo buscando ser reconocida.

 

Decidí volverme una “Super Woman”: la fuerte y segura que podía sola con todo y que no necesitaba de la ayuda de nadie para salir adelante.

 

Mi vida parecía una carrera frenética, no me detenía nunca. Todo era una constante presión auto impuesta; cumplir con trabajo, familia, casa, compromisos de la escuela de mi hijo y vida social.

 

Pasaron los años, me hice responsable de mi vida y de la de mi hijo. Por su salud siempre estuve muy cerca de diferentes doctores, así que empecé a ser constante en mis chequeos con mi ginecóloga quien invariablemente cada vez que iba a verla me preguntaba que para cuando el segundo bebé y si ya tenía pareja.

 

Cansada de la rutina y por cuestiones de tráfico un día cambié mi ruta habitual para ir a la oficina, en este nuevo camino pasaba siempre por un laboratorio médico, de esos que hay por toda la ciudad.

 

Uno de esos días de tráfico vi una manta en ese laboratorio con una promoción y decidí pararme a pedir más informes.

 

Por ser mes de octubre había un paquete completo que incluía mastografía. Llegué y decidí hacérmelo en 3 etapas ya que no tenía prisa. Me preguntaron si iba dirigido a algún médico, y realmente no había ninguno, lo dirigí a quien corresponda.

 

Aún recuerdo el dolor de los múltiples apachurrones. La doctora encargada de hacer la mastografía hizo varias veces el estudio porque “no salía bien”, yo ya estaba molesta y muy adolorida.

 

A los pocos días me llaman y me piden que regrese ya que requerían sacar placas adicionales. Yo no entendía la razón y la verdad juzgué a la doctora, pensando que no había hecho bien su trabajo. Mi sorpresa al llegar fue, que me atendería la misma persona quien me realizó el estudio la primera vez, yo, aún con dolor y moretones, aguanté y me fuí a casa todavía más molesta que la vez anterior.

 

Y así, de repente, tocó a mi puerta, de golpe y sin titubear el “cáncer”. Yo sabía lo que todos escuchamos cada mes de octubre: enfermedad peligrosa, muerte, quimioterapia, soledad y sufrimiento. Ligado físicamente con pérdida de pelo, dolor, debilidad y mutilación.

 

Aún recuerdo las palabras del especialista que me estremecieron: -“Mónica tienes 3 opciones: mastectomía, quimio o radioterapia”. En ese momento sentí como se iban enfriando mis largas piernas hasta quedar como si estuvieran congeladas: inmóviles, a punto de romperse y venirme abajo.

 

A los 15 días de haberme enterado de mi padecimiento y habiendo confirmado el diagnóstico 3 veces, estaba entrando a cirugía. Como ya me habían anticipado fue una operación muy dolorosa, pero lo que nadie me alertó, fue que el verdadero dolor vendría después; al no poder abrazar a mi hijo, al no poder hacer nada sola; cosas tan sencillas como levantar una cuchara, tomar agua o ir al baño.

 

El lidiar con la negativa y las barreras ilógicas y mal trato de los seguros médicos. El vencer el orgullo y dejar de ser esa “Super Woman”, y aceptar que tenía que pedir ayuda. El dolor que causaría el no poder desahogarme o expresar lo que sentía por cuidar el estado anímico de la gente que te quiere y que está a tu alrededor cuidándote. Eso nadie me lo dijo, ¡nadie!

 

Cada vez que mis miedos y nervios sentían la necesidad de salir como una bala de cañón disparado de mi pecho o como un tsunami de mis ojos, todos a mi alrededor lo paraban diciéndome, hay que pensar positivo, que tenía mucho que agradecer por haberlo detectado a tiempo y que tendría que estar feliz no triste.

 

Una cosa es tristeza y otra muy diferente expresar toda esa mezcla de sentimientos enredados dentro de tu ser.

 

Eso si, todos con la mejor intención, sin imaginar que esto que se reprimía tendría que explotar como una olla express en algún momento cercano.

 

Aprendí a cubrir todo el tiempo con mis brazos cruzados mis senos de manera inconsiente, era una manera de protegerme, apapacharme y sustituir la falta de una parte de mi cuerpo. Era una reacción natural, no pensada. Solo me daba cuenta porque me decían: “baja los brazos”.

 

No hay plazo que no se cumpla, y seguían apareciendo situaciones que dolían. Al llegar el momento de estar sola y verme al espejo: observé por primera vez a Mónica en lugar de ver las heridas. Tenía muy claro que me vería cicatrices, moretones, costuras y que mis pechos no volverían a verse igual, pero jamás pensé que vería unos huecos profundos que en realidad habían sido llenados.

 

Claramente me hacía falta una parte de mi cuerpo aunque físicamente no fuera así.

 

Mi duelo no fue una simple despedida de algo o alguien como estamos acostumbrados, esta vez me tocó entender que tenía que despedirme de solo una parte de mi, ya que yo, seguía siendo yo.

 

A los meses de mi mastectomía bilateral sentí la necesidad de regresar al laboratorio a buscar a la doctora que me hizo las múltiples mastografías; quería pedirle una disculpa por haberla juzgado, por pensar que no sabía hacer su trabajo.

 

Al entrar la vi en la recepción, me acerqué y le pregunté que si me recordaba; me vio de reojo y casi sin levantar la mirada, fríamente dijo que no y siguió escribiendo en su computadora.

 

Le dije que gracias a su buen trabajo de unos meses atrás, supe oportunamente que tenía cáncer de mama y que por ella ahora me encontraba bien, le pedí una disculpa por haberla juzgado y haber considerado que no sabía hacer su trabajo. Se rehusó a parar por un momento lo que estaba haciendo y voltear a verme, pero al final lo logré, volteó con una cara de asombro y confusión y no pudo decir ni una palabra.

 

Le di la mano y salí de ahí con lágrimas en mis ojos. Me sentí tan liberada que desapareció la opresión que tenía en mi pecho.

 

Es muy fácil juzgar o culpar a los demás: yo lo hice. Y gracias a ella me salvé. No sé explicar la razón que me llevó a hacerme ese “check up” tan oportuno. Solo sé que por primera vez escuché y confié en esa vocecita interna que siempre me había hablado y nunca pelé.

 

Agradezco la presencia de ese visitante oscuro y misterioso en mi vida y puedo asegurar que también tiene un lado luminoso que lucha por ser visto.

 

Para mi hoy “Cáncer” significa: oportunidad de vida plena, entrega, valor, confianza y amor a mi misma. Físicamente reconstrucción y salud.

 

Sigo siendo Mónica, mujer, madre, empresaria, hermana, hija y amiga. 

 

Gracias Cáncer por darle un sentido a mi vida.

 

Aclaración:
El contenido mostrado es responsabilidad del autor y refleja su punto de vista, mas no la ideología de actitudfem.com

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