Cómo se siente que te rompan el corazón

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Es como ver un accidente de coche en cámara lenta. Sientes como comienzas a hacerte pedazos. Ver a tu amor alejarse. No sólo sientes una distancia emocional, también se manifiesta físicamente. Ya no te toma de la mano cuando caminan por la calle. No te besa cuando se ven después de unos días separados. Cuando duermen juntos, no te abraza. Despiertas en la mañana en el lado opuesto de la cama y el desamor es evidente.


La distancia ya no sólo es emocional, también es física. Ruegas. Te arrastras. Te pones sobre manos y rodillas y te ves desesperada. Mueves montañas para salvar las ruinas de tu relación, pero nunca será lo mismo. La desesperación no es correspondida. El dolor es sólo tuyo porque ha estado lejos un buen tiempo. Tratas de arreglar tu relación. Tratas de arreglarlo a él.

 

Tratas de arreglarte. Tratas y tratas y tratas y tratas. Pero a veces, el amor no es suficiente. No entiendes nada. No sabes qué hacer, ¿cómo puedes arreglar algo por tu cuenta? Algo que el otro no tienen necesidad de arreglar o algo que ni siquiera quieren arreglar. Existe una delgada línea entre necesitar y querer. Tú lo necesitas y él ni siquiera te quiere.


“No quiero esto tanto como tú”.


Te ves aferrada a la orilla del acantilado, que es su vida en las puntas de tus dedos. Lo ves debatiendo si subirte o dejarte caer. Y entonces te dejan ir. Te dejan caer. Con tu corazón en sus manos, te dejar ir. No tiene miedo de perderte para siempre.


Los primeros días no son tan difíciles como despertar a la mañana siguiente, la mañana después del rompimiento. La mañana después de que pasaste la noche llorando hasta que te quedaste dormida o tomando hasta que adormeciste tu mente y tu corazón.



Despertar a la mañana siguiente es insoportable. Te levantas y recuerdas que no fue un mal sueño. Es real. Te pasó. Esto es real. Recuerdas y revives cada momento. Tu mente es un disco rayado de las últimas cosas que te dijo.


“Me preocupo por ti”.


No entiendes. No sabes cómo las cosas llegaron tan lejos. Estás en shock y con el corazón roto. Ni siquiera puedes ver  televisión. Te quedas acostada en la cama viendo el techo y reviviendo constantemente la desaparición de su amor. Revisas tu teléfono en busca de una señal de que aún te quiere y de que cometió un error. Te recuerdas que esto no es un sueño. Sueñas que te llama y se disculpa. Sueñas que te dice que te quiere y que desea estar contigo. Tus sueños ya no son tan malos.

 


A cambio de las pesadillas de impotencia y desesperanza, tu mundo de sueños consiste en él peleando por ti, algo que no hace en la vida real. Tu orgullo se va por la ventana. Le ruegas. Demuestras tu desesperación, aunque sabes que te ves patética. “El sentimiento que tengo cuando estoy contigo es muy raro. Siento la distancia aunque estés aquí a mi lado”. Imploras.

 

Harías cualquier cosa para que esto funcione. Esperarás a que esté listo para estar en la relación. Cambiarás. Tratarás con más ganas. Le darás espacio.


Eres patética y lo sabes, ¿pero cuál es el valor del orgullo en comparación con perder a quien amas? Tienes esperanza y lo odias. Odias admitir que esperas que cambie de opinión. A los ojos de tus amigos, eso te hace más patética. Te tienen lástima y lo sientes. Te rompes por completo. Te sientes tan sola que ni siquiera quieres salir de la cama. No quieres salir, punto. No quieres conocer otras personas. No puedes imaginar amar a alguien más. Te sientes derrotada y te aferras a la esperanza que queda como si fuera una vela en la oscuridad a punto de morir.


“No diría que el sentimiento es mutuo, porque no lo siento igual”.


No puedes creer que esto pasó. No puedes creer que tu amor te dejó ir. No contestas los mensajes y llamadas de amigos y familiares. La única persona a la que quieres escuchar es aquella que jamás te volverá a llamar. No te quiere, aunque tú lo necesitas.  No le tiene miedo al “para siempre”. No tiene miedo de perderte para siempre. Tú eres algo que él quiere perder y tu corazón no puede con eso.

 

Dicen que toma tiempo recuperarte, arreglar tu corazón, para dejar ir un amor que permitiste ocupara cada aspecto de tu vida. Escuchaste a tu madre diciendo cuánto quieren a ese chico y que no arruinaras las cosas. No quieres ni imaginar decirle a tu mamá que te dejó, que no te quiere. Ni siquiera tú te quieres. Rogaste. Rogaste por tiempo. Quizá si pasaban tiempo separados, las cosas cambiarían para mejor. Tal vez podrían ser felices de nuevo, como lo fueron al principio.


“No quiero prometerte nada. No quiero que pases el tiempo creyendo que vamos a regresar al lugar donde dejamos las cosas”.


Pero este es el final.

(via: Thought Catalog)

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