Mi ex mandó fotos de mi desnuda a toda la oficina

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*Esta historia fue tomada y traducida de Cosmopolitan.com. Checa la nota original aquí.

 

Tenía seis meses de haber salido de una relación abusiva cuando recibí el mensaje de texto. Era de un compañero de trabajo, Beau.

 

“Alguien me mandó fotos de ti desnuda”, escribió. Yo había pasado toda la mañana pensando en qué iba a comer, sin darme cuenta de que mis fotos desnuda habían llegado a media docena de personas de la oficina. Sentí mucha vergüenza mientras le pedía que me lo comprobara. Me contestó con una foto: definitivamente era yo, y definitivamente estaba desnuda. Debajo de esto el correo original decía: “Envíala a todas las personas que conozcas”.

 

No era mi propia piel lo que me daba pena, sino la idea de que mis hermanos, mis sobrinas, mis mejores amigas y colegas se dieran cuenta de que estas fotos existían. Podía escucharlos a todos preguntándome lo mismo: ¿En qué estabas pensando?

 

No tenía dudas de que el culpable era William*. Aunque ya yo tenía 25 años, él era el único que me había visto desnuda. Se presentó conmigo en mi primer día de trabajo y me hizo un cumplido de un brazalete que traía.  Cuando me invitó a cenar unas semanas después dije que sí sin titubear. No me imaginaba que eventualmente se volvería tan celoso que necesitaría de su permiso para ponerme cada artículo de ropa y para hablar con otras personas.

 

Me quedé con William por once meses, durante los cuales sus celos se convirtieron en una obsesión. Estaba convencido de que cada hombre con el que hablaba quería dormir conmigo porque yo irradiaba “vibras de zorra”. Él tenía un set de reglas bajo las que yo tenía que vivir, aunque nunca me las decía antes de que las rompiera. Cuando no me quitaba la ropa tan pronto entraba a la casa, él me empujaba con tanta fuerza que en una oportunidad rompí un librero. Frecuentemente me recordaba que nunca me había golpeado, pero aunque no usaba sus puños siempre había moretones.

 

El abuso escaló hasta el último mes de nuestra relación. William me decía que si lo traicionaba me mataría. Cuando por fin tuve el valor de dejarlo me acusó de acostarme con otros. Me perseguía al trabajo. Se aparecía en mi casa a media noche y golpeaba mi puerta gritando que si no abría me haría lamentarlo.

 

Eventualmente me mudé y cambié mi teléfono, pero aún me preocupaba encontrármelo en el trabajo. Aunque su oficina estaba en otro edificio caminaba por mi pasillo cuando estaba yo sola. Cuando le reporté esto a seguridad instalaron una alarma de pánico cerca de mi lugar. Nunca esperé que su ataque fuera de  humillación.

 

Justo después de que Beau me mandó el mensaje de texto con la foto llamé a Recursos Humanos para registrar una queja. Cuatro días después mandaron a un investigador para obtener mi historia.  Aunque sabía que era algo que William consideraría como traición, le dije todo al investigador. Nos sentamos en una sala pequeña con una grabadora mientras respondía a sus preguntas y afirmaba repetidamente que William era el único que alguna vez tuvo esas fotos.

 

Cuando terminé el investigador me dijo que esperaba que hubiera “aprendido la lección de no mandar desnudos”. Entrevistaron a William después y aunque todo debía ser confidencial, el investigador regresó a mi oficina después y cerró la puerta. Me dijo que creía mi historia pero que no había forma de probar que William lo había hecho. De acuerdo con William yo había mandado las fotos a todos porque estaba desesperada por atención masculina.

 

“Él tiene un punto”,  me dijo el investigador. “Si no querías que nadie las viera, no debiste tomarlas en un principio”. Me dijo que terminaría el reporte esa noche pero que no era esperanzador, que no había nada que RH pudiera hacer con William.

 

“Si yo fuera tú, compraría una pistola” me dijo.

 

A los dos días la compañía entera había visto mis fotos o al menos escuchado acerca de ellas. Era el chisme más emocionante que habían escuchado en años.

 

Sabía que necesitaba encontrar mi propia prueba, así que asumí que había mandado las fotos de un celular de prepago y comencé a llamar a compañías telefónicas. Cuando el sistema automatizado contestaba yo tecleaba el número que Beau me había dado. Después de varios intentos fallidos una de las compañías, por fin reconoció el teléfono y me hizo una pregunta de seguridad para validar la cuenta.

 

“¿Cuál es el nombre de su perro?”
“¿Zola?”
“Correcto. ¿Cómo puedo ayudarla?”

 

Él fue lo suficientemente estúpido como para usar mi información real para abrir la cuenta. En minutos tenía acceso al registro de sus llamadas en línea. Las primeras cinco llamadas y textos eran del celular personal de William. Podías ver cómo se había mandado las fotos de su propio celular al de prepago.

 

Lo caché.

 

Después de enseñarle todo a la empresa corrieron a William. Asumí que lo peor había terminado, pero un año después tuve que testificar en su contra en una demanda por despido injustificado. RH sabía de la demanda desde ocho meses atrás, pero no me dijeron que yo era el testigo principal hasta semanas antes.

 

La audiencia se alargó por dos semanas. William contrató a una joven abogada quien creó todo su caso retratándome como si yo fuera una promiscua come hombres. No tenía información en qué basarse, excepto la insistencia de William de que me había acostado con la mitad de la oficina. También le dijo que me habían disciplinado por mi “guardarropa atrevido”, algo que se desmintió con una rápida visita a mi archivo de personal. Cuando el juez le pidió que llegara a su punto ella comenzó a avergonzarme por haber mandado las fotos.

 

“Eres una mujer educada,” me dijo. “¿Por qué mandarías algo tan incriminante a alguien que según tú es abusivo?”

 

Para aumentar mi humillación puso un documento frente a mí. “Por favor identifica para la corte qué estás viendo”.


Era una página completa de mi cuerpo desnudo. Quería que me avergonzara, pero todo lo que sentí fue enojo. Esta era una foto privada que había tomado para una persona en específico mientras estaba en una relación comprometida. ¿Por qué debía defender mis acciones?

 

Al final el juez no le dio la razón a William. Nunca tendría que trabajar con él de nuevo, pero no había ganado por completo. Mis compañeros de trabajo seguían viéndome como una lasciva seductora, y no les daba miedo ponerse del lado de William a quien creían víctima de mi seducción. Especulaban que sólo me habían contratado por acostarme con mi jefe y cuestionaban mi éxito profesional. Tardé un año en que las personas dejaran de observarme en los pasillos.

 

Antes de que me pasara esto pensé que la pornografía por venganza era algo que sólo le pasaba a las celebridades, desafortunadamente como vimos esta semana ellas también tienen que cuidarse de esas violaciones a su privacidad. De alguna forma tuve suerte de que William combinara este suceso con acoso porque fue lo suficiente para que yo pudiera obtener una orden de alejamiento. Sin otros ejemplos de abuso, compartir fotos de alguien desnudo no es necesariamente ilegal a menos de que sean menores de edad.

 

Nadie debería sorprenderse de que a la gente le guste desnudarse y tener sexo, pero si una mujer lo documenta con una fotografía responden con, ¿en qué estaba pensando?, en lugar de preguntarse, ¿qué imbécil le haría algo así?

 

Han pasado dos años desde que mi foto desnuda se convirtió en viral, y un año desde que tuve que enfrentarme a William en la corte. Muchas personas me han dicho que busque otro trabajo y comience de nuevo en un lugar donde nadie ha escuchado esta historia, pero eso se siente mucho como dejarlo ganar. No siento que deba cambiar mi vida o sentirme avergonzada porque, sin importar lo que la corte y los comedores de las oficinas digan, la sexualidad de una mujer no es un arma que pueda ser usada en su contra.

 

*La autora cambió el nombre de su ex así como algunos detalles de su lugar de trabajo.

 

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