Análisis feisbukiano

Análisis Faceibukeano
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Tengo más redes sociales que santos a los que les rezo. A veces considero en cerrar una, pero me da como crisis de abstinencia sólo de pensarlo. Entonces comienzo a hiperventilar y decido que no, no puedo cerrar ninguna, ni siquiera Twitter, que nunca lo veo y ya nada más me hace hacer corajes de lo malo que es.

 

Perder tu identidad en alguna red es casi casi como correr el riesgo de que alguien más la tome y, si en algún futuro desearas retomar dicha red social, tendrías que irte por tu nombre predilecto acompañado de un numerito al final, que nos dice a todos que el que te gustaba ya existía y te tocó conformarte con tu fecha de nacimiento como aderezo.

 

Y hablando de identidades, a veces me siento como en la escuela cuando de redes sociales se trata. Hace unos cuantos días, un personaje me escribió en Instagram: “Follow me”. No le importó que pueda que no me interese su perfil lleno de fotos de productos para bajar de peso. Mi pregunta fue: ¿será que me vio muy gorda que supo instantáneamente que necesitaba sus productos o simplemente pide seguidores como si fueran indulgencias?

 

De esos que piden que los sigas hay muchos, me hacen recordar a mis pobres compañeritos de kínder que rogaban por ser aceptados en la bolita de la niña más popular (créanme, no era yo, gracias al divino baby) y ella los bateaba cada recreo. Es que para andar de rogones, ni en las redes sociales, de veras, es patético.

 

Otro perfil de redes es uno típico: el que antes de ir al baño cambia su estatus: voy al baño. Ese personaje nos llena nuestro TL y, además, aunque no se lo sospeche, es de quien escondemos sus noticias. Todo lo cuentan, uno sabe si está en una cita o con quién está soñando, no puede tomar decisiones solo, porque hasta las publica: no sé qué tomar, martini de piña o martini de uva. ¡Por el amor a Dior! ¡Tengo mis propias decisiones que tomar!

 

Otro, es uno muy común y que, personalmente, me da como rasquiñita. El dramático: personajes que escriben chorreros como de dos páginas en su estatus que hasta aparece el “ver más” y que, cuando uno pica, se llena la pantalla de tu compu de puro drama. Siempre tienen algo de qué quejarse, alguien con quién se pelearon, mientan madres por determinada cosa. Mejor dicho, son los quejumbrosos que agarran su estatus de diván. ¡El estatus dice: ¿qué estás haciendo? No, cuéntame tu vida!

 

El que se las cree todas: aquel incómodo amigo de FB que comparte todo lo que le dicen que comparta: comparte si amas a la virgen, comparte si crees que México va a ganar en el Mundial, dale like por este perrito que mira con cara de borreguito atropellado. Y así, comparte y da like en cuanta tontería le aparece, llenando tu TL, justamente, de las cosas por las que cada vez te gusta menos FB.

 

El que no sabe que existe el inbox: ese personaje que comenta cosas fuera de lugar o pone mensajes en los muros de otros que bien podrían ser privados. No todos queremos saber si estaba buena la vieja que su amigo se agarró anoche en el antro. ¡Por Dior!

 

El que tiene zapatitis: ¿qué onda con la nueva moda de publicar fotos de las rodillas para abajo?

 

El que tiene selfitis: o sea, entiendo que se tomen una fotito y la publiquen, pero es que hay unos que publican, ¡diez selfies diarias en su Instagram! (que sepan que a ésos ya no los sigo, por favor, no me pidan follow, no doy follows pedidos).

 

Y así me puedo seguir y seguir y seguir, analizando las nuevas personalidades que existen en las redes, pero mejor ya me callo no vaya yo  a terminar encajando en la peorcita de todas.

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