Los patanes no te dañan, te curan de espantos

Los patanes no te dañan: Columna de Caro Saracho
Los patanes no te dañan: Columna de Caro Saracho
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Hace unos días, una amiga que acababa de pelearse con su novio llegó a la conclusión de que los patanes que nos vamos encontrando en la vida nos dejan dañadas.

 

Ella estuvo 7 años en una relación que aparentaba ser perfecta, con un tipo simpático, guapo, buena persona, e infiel crónico. El problema de la infidelidad (más allá de los problemas obvios) es que los infieles juzgan como viven, así que suelen ser tipos posesivos y controladores y que encima exigen como si realmente merecieran.

 

Sé que durante mucho tiempo ella creyó que este hombre era el amor de su vida, el papá de sus hijos y la persona con la que se haría viejita, pero eventualmente (y afortunadamente) el tipo cayó en el cinismo típico del infiel crónico y ella no pudo seguir ignorando esa situación.

 

Un buen día se vio forzada a tomar la decisión de seguir siendo esa mujer sumisa a la que le ven la cara y todo el mundo se da cuenta menos ella, o continuar su camino sola e ir recogiendo, poco a poco, los pedacitos de sí misma que perdió en esa relación.

 

Después de haber vivido esa situación y de haberlo dejado, se prometió a sí misma que jamás volvería a permitirse una historia así. Poco a poco, mientras siguió su camino, fue marcando sus propios límites para no volver a perderse.

 

La cosa es que esos límites se vuelven infranqueables y nosotras nos ponemos en un estado de alerta máxima ante cualquier situación que pueda afectar nuestra ahora reparada cordura.

 

Pero eso no es haber quedado dañadas… es haber quedado curadas.

 

Esas cicatrices que aparecen a la menor provocación están ahí para recordarnos todas esas promesas que nos hacemos cuando nos rompen el corazón y estamos sentadas con el bote de helado prometiendo no volver a hacerlo.

 

Mi amiga estaba enojadísima porque su novio le había hecho una escena de celos que la había hecho recordar esa otra relación en la que los celos eran su día a día y a la que se juró no volver. Y aunque su actual novio no tiene nada que ver con ese patán que la trató con la punta del pie (pero le llevaba flores, para que supiera que la quería), esos recuerdos brincan en el instante en que algo le suena remotamente familiar.

 

Pero no es que esté dañada… ¡Está totalmente arreglada! Porque ahora puede perfectamente decidir no tolerar eso en su relación, ser firme en las cosas que no le gustan y no dejarse caer nuevamente en un círculo vicioso del que le costaría infinitamente más salir una segunda vez.

 

Y aunque esto tiene que llevar un poco de trabajo interno para no aventarle al pobre novio actual las culpas del anterior, el hecho de tener muy claro lo que no estamos dispuestas a tolerar nos hace mejores personas, cada día.

 

Así como un mal trabajo te enseña lo que debes negociar en el siguiente, un mal novio te enseña cosas de ti que te van a ayudar a tener la pareja que sí mereces.

 

Dejemos de pensar que los patanes nos dañaron como si fuéramos fruta golpeada en el mercado, porque si hay algo que podamos agradecerles es habernos llevado al límite y habernos obligado a punta de lágrimas a tomar mejores decisiones para nosotras.

 

No estamos dañadas, esas malas relaciones no tienen ese poder sobre ti… ¡Estás curada de espantos! Y ahora sabes lo que jamás deberías permitir y estás un paso más cerca de encontrar esa relación que sí te haga feliz.

 

Si sientes que esta historia la has vivido miles de veces no dejes de leer el libro de Caro Saracho, "Mesa Para Una". Lo encuentras aquí

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