Y la princesa vivió feliz para siempre en SU castillo, con SU dinero y cuidando de SÍ misma

Y la princesa vivió feliz para siempre en SU castillo, con SU dinero y cuidando de SÍ misma
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Salirme de casa de mis padres es probablemente una de las cosas más difíciles que he tenido que hacer. 

Mi familia siempre ha sido muy unida, tal vez demasiado. Ha sido así desde que tengo memoria.

Mis papás, mis tíos, mis primos y yo, todos vivíamos juntos en la misma casa. Ahí crecí y, no tengo quejas, tuve una infancia bastante amorosa y feliz.

Pero como la única hija y única nieta mujer, todos eran en exceso protectores conmigo. 

Me criaron como la princesita de la familia, y aunque no puedo decir que me malcriaran, de algún modo me enseñaron que yo me quedaría en esa casa hasta que creciera e hiciera mi vida.

Y por hacer mi vida por supuesto se entendía casarme y formar mi propia familia. 

Pero conforme pasó el tiempo, me dejé de sentir cómoda con el papel damisela que debía esperar a que un caballero llegara y la llevara a vivir felices por siempre.

En algún punto me cansé de tanta protección, tanta vigilancia, tantas expectativas sobre mi vida, mi pareja, mi futuro que no podía ni quería cumplir. 

Moría por saber qué había más allá de esa fortaleza en que había crecido. Y me costó mucho tiempo decidirme a hacerlo, a decirle al rey y reina del palacio que la princesa ya no quería vivir ahí.

Ellos se enojaron, tomaron mi sed de independencia como una traición a la forma en que me habían críado. Como a una falla suya y mía. 

Pero me armé de valor y lo hice, y con mis ahorros renté un cuarto y con las pocas cosas que tenía me mudé. 

Así fue como la princesa empezó una nueva vida, quizá no en un castillo, pero en un espacio que era suyo, pagado con su propio dinero, cuidando de ella misma.

Y lo cierto es que es el mejor final que podría imaginar.

 

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