Mi primera vez en una casa swinger en la Ciudad de México

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La noche llega a la CDMX, las gotas de lluvia han dejado de caer y es la hora para que decenas de parejas se den cita en una acomodada casa ubicada en el poniente de la ciudad.

 

A simple vista, el lugar parecería como cualquier otro, excepto porque a partir de las 22 horas el establecimiento rinde culto al erotismo, a la lujuria y a las fantasías sexuales que por tanto tiempo fueron imaginadas y que hoy se harán realidad.

 

Hombres y mujeres; la mayoría en pareja, están dispuestos a dar rienda suelta a sus pasiones en la casa swinger que los recibe con familiaridad y acogimiento. En estos seductores locales privados, grupos de parejas heterosexuales dan rienda suelta a sus deseos.

 

El intercambio sexual o, bien, el placer que provoca tener sexo frente a desconocidos son elementos característicos de esta refrescante experiencia.

 

Barra libre toda la noche para que el alcohol relaje a los invitados, para que les quite los nervios y tabúes con los que los humanos cargamos desde que somos niños. Los presentes, tienen claro, sin embargo, que no deben abusar de las bebidas alcohólicas, pues la experiencia que vivirán debe ser con sus cinco sentidos.

 

Pero si a alguno se le llegan a pasar las copas, los encargados del lugar estarán prestos para acompañarlo a la salida de la casa.

 

Y es que los clubes swingers tienen dos reglas claras: que no haya personas en estado de ebriedad y que “no” significa “no”; es decir, nadie puede obligar a otro a participar si no lo desea.

 

Dicho lo anterior, en este lugar ninguna práctica sexual consentida está prohibida. Nadie critica los cuerpos de los demás ni se incomodan por las explícitas muestras de afecto de las otras parejas. Es una noche para disfrutar.

 

Una chica completamente desnuda nos recibe en la entrada del piso superior; en donde en punto de la medianoche se deleitará a los presentes con el particular espectáculo que unirá a dos personas en el mágico y morboso coito.

 

La pista de baile nos da la bienvenida. Junto, hay una enorme cama de cuero roja. Los invitados comienzan a tomar asiento en los sillones de alrededor. Cada quien elige la posición estratégica para mirar el show lo más cerca posible.

 

Una nube de tensión sexual flota en el ambiente. De pronto, una mujer baja de las escaleras con lencería provocativa y plataformas exuberantes. Se cuelga del tubo con la experiencia que solo la práctica puede dar.

 

Tras un breve baile, la chica se dirige a la cama en espera del “enigmático” hombre que con breves jugueteos destapa una cerveza y se asegura de que el espumoso líquido de la bebida termine en su vagina. El resto lo esparce sensualmente sobre todo su cuerpo. Está listo para penetrarla.

 

Así comienza lo que será una noche llena de placer. Algunas parejas, ya desinhibidas, se besan con pasión mientras sus ansiosas manos recorren sus cuerpos ávidos de placer.

 

El morbo y el espíritu voyerista nos invitan a recorrer la casa, de arriba a abajo. Nos invitan a ver a numerosas parejas consumando el amor, o las meras ganas de satisfacer sus ganas.

 

En la cama de cuero negro yacen dos parejas en pleno acto sexual. Algunos otros, motivados por la curiosidad, rodean el mueble mientras sus parejas los masturban, les dan sexo oral o los tocan por cada parte del cuerpo.

 

Son las dos de la mañana, las habitaciones están repletas. La desinhibición reina en el lugar. Algunas parejas invitan a un tercero o más personas a unirse a la dichosa fuente de placer de la que son presas.

 

Otras tantas, prefieren apoderarse de la pista de baile para contonearse sensualmente, medio desvestidos y dejándose llevar por los movimientos rítmicos de la canción que suena de fondo.

 

Al menos por una noche las parejas se liberan de los estereotipos sociales, de las prohibiciones recurrentes e impuestas por las instituciones religiosas. Por una noche lo único que importa es la obtención del placer y la apertura para probar nuevas experiencias sexuales.

 

Yo soy sólo una admiradora de este mítico lugar. Un lugar fascinante, pero, que no logra emocionarme como a los adeptos miembros del club. Una nueva experiencia que logra acallar mi morbo, pero, que no me ata para que vuelva una vez más.

 

Salgo con la intención de no regresar, pero, quién sabe si un día cambie de opinión y me anime a volver, esta vez para no ser sólo espectadora, sino, un miembro más de este culto al erotismo. 

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